lunes, 7 de enero de 2013

 MIYÓ VESTRINI (1938-1991)
Miyó Vestrini nació en Francia en 1938 como Marie-Jose Fauvelles y emigró siendo niña a Venezuelna mayor.
   Miyó Vestrini nació en Francia en 1938 como Marie-Jose Fauvelles y emigró siendo niña a Venezuela, con su madre, el segundo marido de ésta, el escultor italiano Vestrini, y su hermana mayor.
   El desgarro entre la cultura latinoamericana y la francesa aparece en su obra de la mano siempre de la ríspida voz materna, cuya idiosincrasia “Marie Claire” pronto se transforma en lo más repudiado por la joven escritora.
Desde muy joven se dedicó al periodismo cultural, y en los años sesenta formó parte del grupo Apocalipsis de Maracaibo, el Techo de la Ballena y la República del Este, entre otros. Dirigió la página de arte del diario El Nacional y también la revista Criticarte. Mereció en dos oportunidades el Premio de Periodismo (1967 y 1979). Más tarde trabajó como guionista en la fuerte industria televisiva de Venezuela.
   Era una magistral entrevistadora. Bajo esa modalidad escribió un libro sobre el fecundo escritor Salvador Garmendia, uno de sus más próximos y viejos amigos. Salvador Garmendia, pasillo de por medio (1994) es al mismo tiempo una suerte de compleja autobiografía que editó póstumamente Grijalbo.
   Publicó también Las historias de Giovanna (1971), El invierno próximo (1975) y Pocas virtudes (1986), tres poemarios que la colocaron entre las voces incuestionables de Venezuela.
   Al suicidarse en 1991, dejó inéditos dos libros, Valiente ciudadano (poesía) y Ordenes al corazón (cuentos cuya segunda edición acaba de publicar Blanca Pantin Editora). Ambos libros expresan en dos registros formales distintos las mismas dolorosas vivencias.
   Fue una mujer intensa y directa, y así es su poesía, una experiencia tensa y casi explosiva.
   Si su poética tiene un importante sesgo narrativo, su prosa es densa y magnífica, se mueve en varios niveles conflictivos, y su clave, polifónica, hay que buscarla en la poesía. De manera que ambos géneros se bordean o, como espejos, reflejan el mismo carácter despojado y agreste, la misma lúcida y audaz escritura, la misma biografía cargada de dolor, dolor que la autora aborda con, a veces, ríspida ironía
Miyó Vestrini nació en Francia en 1938 como Marie-Jose Fauvelles y emigró siendo niña a Venezuela, con su madre, el segundo marido de ésta, el escultor italiano Vestrini, y su hermana mayor.
   El desgarro entre la cultura latinoamericana y la francesa aparece en su obra de la mano siempre de la ríspida voz materna, cuya idiosincrasia “Marie Claire” pronto se transforma en lo más repudiado por la joven escritora.
Desde muy joven se dedicó al periodismo cultural, y en los años sesenta formó parte del grupo Apocalipsis de Maracaibo, el Techo de la Ballena y la República del Este, entre otros. Dirigió la página de arte del diario El Nacional y también la revista Criticarte. Mereció en dos oportunidades el Premio de Periodismo (1967 y 1979). Más tarde trabajó como guionista en la fuerte industria televisiva de Venezuela.
   Era una magistral entrevistadora. Bajo esa modalidad escribió un libro sobre el fecundo escritor Salvador Garmendia, uno de sus más próximos y viejos amigos. Salvador Garmendia, pasillo de por medio (1994) es al mismo tiempo una suerte de compleja autobiografía que editó póstumamente Grijalbo.
   Publicó también Las historias de Giovanna (1971), El invierno próximo (1975) y Pocas virtudes (1986), tres poemarios que la colocaron entre las voces incuestionables de Venezuela.
   Al suicidarse en 1991, dejó inéditos dos libros, Valiente ciudadano (poesía) y Ordenes al corazón (cuentos cuya segunda edición acaba de publicar Blanca Pantin Editora). Ambos libros expresan en dos registros formales distintos las mismas dolorosas vivencias.
   Fue una mujer intensa y directa, y así es su poesía, una experiencia tensa y casi explosiva.
   Si su poética tiene un importante sesgo narrativo, su prosa es densa y magnífica, se mueve en varios niveles conflictivos, y su clave, polifónica, hay que buscarla en la poesía. De manera que ambos géneros se bordean o, como espejos, reflejan el mismo carácter despojado y agreste, la misma lúcida y audaz escritura, la misma biografía cargada de dolor, dolor que la autora aborda con, a veces, ríspida ironía. “Lenguaje directo, descarnado, alejado con intención de toda metáfora: economía de palabras que muchas veces puede proporcionarle al texto una gran dosis de cinismo”, afirma Silda Cordiolani, al prologar sus cuentos.

Testamento es un texto extenso  y doloroso, que dejó sobre la mesa tras su muerte. 
Este fragmento, así, amputado del resto y sin saber de él...parece un poema, es un poema.


Miyó nunca creyó en la importancia de su poesía (“Pienso que dejar un libro no le interesa a nadie” “(Vestrini en Díaz, 2008: 29);  “Un libro no le importa a nadie” y cuando publicó La historia de Giovanna dice: “no pasó nada” . Tampoco creyó en la trascendencia que pudieran tener los grupos de los que formó parte: “No creo que mi generación le interese a nadie” 

TESTAMENTO

Te preguntan,/¿a quién dejarás tus cosas cuando mueras?/Entonces miré
mi casa/ y sus objetos./no había nada que repartir,/salvo mi olor a rancio./Y
la rata./Ésa que permaneció hostil y silenciosa,/esperando que ocurriera./
Inútil darle de comer/y suavizar su cama con jabón azul./La esperé cada
noche,/ansiosa de ver cómo sus largos bigotes/dejarán de esconder los
dientes puntiagudos y depredadores./Allí estuvo,/mirada astuta/y silencio
de esfinge,/esperando que mi sangre corriera./Vana espera./La muerte llegó
de adentro/por primera vez, calmada y definitiva./Escribí en la pared su
nombre,/para que el último golpe de sol,/a eso de las diez de la mañana,/
pusiera sombra en mi testamento:/“La rata no permitió que viera la primavera”./
Después de muerta/hice la lista./Una cena en el mejor restaurante/para Ángeles y Carlos./ Mis libros, mis inéditos guiones para José
Ignacio./Mis sueños para Ibsen./Mi tarjeta Abra para Ybis./Mi carro para
Alberto./Mi cama matrimonial para Mario./Mi memoria para Salvador./Mi
soledad para la Negra./Mis discos de Ismael Rivera para la Negra./Mis
poemas titulados “Granada en la boca” para la Negra./Mi dolor de adolescente y madre, 
para Pedro./Mis cenizas, para Ernesto./ Mi risa para
Marina./La noche anterior,/le había dicho a Ángeles y a Carlos,/si no puedo
dormir,/escogeré la muerte./El pernil de cordero estaba tan sabroso/que no
me hicieron mucho caso./Recuerdo que en una esquina de Chacao,/ella me
abrazó y le dije,/el próximo viernes los invito yo./Su cabello corto/
y su felicidad por habérselo cortado,/me hizo entender que no era yo la apaciguada
madre de Carlos./Apoyé mi mejilla sobre su hombro./Fue algo de
segundos,/pero sentí que con la tijera sobre su melena,/algo se había ido./
Algo que no llevaba su nombre,/rondaba ahora las noches de insomnios y alcohol/
en el barrio de la familia./Morirse deliberadamente,/requiere de
tiempo y paciencia./Evocas la muerte gratuita de un hijo,/cosa que a ti
nunca te sucedió./La pérdida de objetos/y el silencio de una casa devastada,/
tampoco te sucedió./El dedo feroz de un enemigo señalándote/como un
ser despiadado./Pasa pero no es mortal./Dos partos,/diez abortos/y ningún
orgasmo./Una buena razón./El silencio de tu compañero cuando le preguntas,/
¿por qué ya no me quieres?/¿Qué hice?/¿En qué fallé?/Y luego el
recorrido por aquellos espacios silenciosos/y vacíos,/con tu presencia
encorvada,/torpe./Constatas que no hay jabón para lavar/ni favor para
planchar/y a lo mejor/esas naranjas están podridas/Entonces recuerdas/una
terraza a las siete de la mañana,/sobre el mar,/y alguien diciéndote,/le
tengo miedo a las alturas/pero te amo./Y luego,/el regreso a la ciudad/y
la mazacumba de un hombre desnudo y alegre./Piensas de nuevo en lo
deliberado./No es azar./No es venganza./Es tu mano/ de palma sudada,/ 
tocando su muslo./Remontando un poco más/y recordando el desasosiego de
tu compañero,/ por la penumbra maloliente/de tu placer./Siempre hay un
antes/antes de morir./Antes,/quiero comerme unos tortellinis a la crema./O
tomarme un trago de Tanqueray./O que me abracen con manos fuertes./ O,
como dice, Caupolicán,/que me pongan en presencia de Maiquetía,/la ciudad
más hermosa de este país./La deliberación entorpece la muerte./ Nadie,/
que yo conozca/ha deliberado sobre su desaparición

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